-Y acaso, ¿quién es ese tal Einstein?, pregunté.
 -Nadie, doña Sabiduría Popular. Solo un viejo pantallero al que se le ocurrió decir que todo era relativo. Le respondió el joven.
 -¿Relativo?
 -Sí, mi señora. Usted tan sabia, tan popular, ¿y no sabe qué es eso?
-Pues, la verdad, ¡no! Me suena como a brebaje del Indio Amazónico para que el marido no la deje a una. Creo que Ruperto lo mencionó muy borracho la noche en que me dijo que se iba a ir con Rubielita, la hija de mi compadre Chucho. Pensé en conseguir un menjurje relativo o adictivo, que promete amarrar a la pareja. Pero, muchacho, le confieso que lo primero que hice fue correr a comprar un par de calzones tipo hilo dental, de esos que nunca en mi juventud me atreví a usar. Me puse dizque a dieta, corté la dosis diaria de cantaleta, hice rejuvenecer sus camisas y pantalones, el arroz no se me volvió a quemar, los fríjoles me quedaban blanditos, pulí sus cayos de pies y manos hasta dejarlos suaves como la olletica en la que hago el tinto por las tardes.

-¡Qué sabiduría, mi señora Popular!
-No, mijo. Tanto esmero para nada... Ruperto siguió con las ganas de irse con la escoba con falda de la Rubielita. Me tocó ser más atrevida y ponerme calzones de cuero de culebra, medias de malla y llenar la pieza de velones que huelen a flores. Es más: ¡sexo oral! Y nada. Le rogué a Ruperto que de por Dios me dijera mis fallas y que fuera sincero conmigo.
-¿Y habló?
-Ruperto, a pesar de estar borracho, muy a regañadientes, sin atreverse a mirarme a la cara, con voz entrecortada, y con esa franqueza que llega a la sinvergüencería, me confesó que en realidad no se iba a vivir con Rubielita, sino con mi compadre Chucho.
- :(
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